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A por una canción

Ahora mismo la música chorrea por las paredes. Pende como estalactita del techo. Invade como humedad, se confunde con el oxígeno. Me acompaña, me consuela, me reconforta, me hace bien. Ahora mismo la aguja surca el vinilo profundamente, y busca en las entrañas de ese objeto redondo el alma negra del sentimiento. Miro la cubierta, entro en la cubierta. Mundo de cartón. Obra de arte en sí misma, me cobija. Me siento inmerso en el cuadro, sentado con los miembros del grupo. Mientras escucho Woodstock, acaricio al perro. Soy uno más con los CSNY, la música lo puede todo. O será simplemente un Deja Vu?

Pienso en las alegrías que me dieron los discos, los pedazos de vinilo que registran tantos momentos vividos. En fin, los sonidos de mi vida… Y no puedo despegarlos de los lugares donde los compré. Me acuerdo de la disquería Suite, en Belgrano, donde compré hasta que fui mayor, 18 ó 20 años (Beatles, rock nacional). Y recuerdo el momento en que compré cada disco, cada vinilo e inclusive, los primeros compact discs.

El local dentro de una galería, en Callao y Córdoba, que ya no está. Allí descubrí a Elvis Costello y a Gary Moore. Ahí llegó a mis manos el disco ruso de Paul McCartney. Y la disquería Cactus, en la calle Uruguay, donde conseguí el tercero de Fairport Convention: Unhalfbricking. Y por supuesto están aquellas allende los mares, la de Santiago de Compostela, donde en un Día de las Disquerías me llevé el disco que escucho hoy. O Sister Ray en Londres, recomendada por el amigo cibernético Francisco Tapia Robles, un oído inquieto y degustador, donde compré la caja de Shuggie Otis. Siempre las disquerías fueron una parte importante de la topografía de las ciudades que fui descubriendo, y fueron lugares donde conocí mucha gente, me topé con grandes músicos y aprendí sobre música y mucho más. Caramba, las disquerías fueron una escuela paralela, por cierto.

Por eso, cuando dí con el libro Going for a song, del escritor Garth Cartwright, me sentí inmensamente feliz, como cuando abro el sobre de un vinilo. Es que esta crónica del auge y ocaso de las disquerías de Gran Bretaña, despertó en mí sensaciones que casi no se destapan hoy día. Ese recorrido histórico por las tiendas, las ciudades y hasta la historia del nacimiento de los distintos estilos de música que fueron llegando al Reino Unido supo incentivar la emoción que de chico me asaltaba al entrar al mundo desconocido pero amigable de los discos.

El libro en sí es una pieza de arte, trata por igual a las grandes disquerías como HMV o Virgin como a aquellos antros chiquitos y hediondos donde se cocinó la cultura británica por la música en general. No se detiene sólo en mostrar cómo y por qué nacieron las grandes corporaciones de cientos de sucursales en toda la extensión del Reino Unido, sino que registra también el auge de jazz inglés o la fase clubber o el estallido del punk en los 70s y como las pequeñas disquerías acompañaron esos sucesos (o le dieron el espaldarazo necesario). Por supuesto está NEMS de Brian Epstein, que lanzó a los Beatles. Y Rough Trade, cuna del punk y post punk.

Going for a song, es especial para aquellos que pasan sus días revisando bateas en busca del simple o el LP esquivo. Es imán para aquellos que hicieron de una disquería un lugar de encuentro y comunión. Es ideal para aquellos que forjaron sus vidas al compás de los sonidos de un simple de 33 y 1/3, o de un 45 RPM, o quedaron boquiabiertos frente a la portada de un LP. Y aún para los que tienen memoria y recuerdan los pesados 78 RPM.

Es un libro para volver al pasado, quedarse regodeando esos tiempos añejos y darse cuenta también de las razones por las que hoy nada es igual. Si bien sus historias se desarrollan a muchos kilómetros de Argentina, los motivos del declive de la industria discográfica son los mismos, y vale la pena reflexionar sobre ellos. No podremos cambiar la historia, pero es una buena fuente para sentir nuevamente el cosquilleo que teníamos al romper el plástico, y sacar del cartón el preciado tesoro redondo. Y mirar con simpatía y nuevos ojos los discos que supimos mantener.

Ahora mismo la música se hace una en mí, me envuelve, me llena, me completa, como hace años, como siempre. Sigue dando de comer a mi alma. Donde haya una disquería expandiendo mi música favorita, allí estaré. Pueden llamarme fetichista, sí. Anticuado, también.  Despilfarrador, inocente, tonto sin remedio, claro que lo soy. Sigo detrás de un sueño, una quimera… sigo creyendo que una canción puede cambiar el mundo. Donde la conseguiré?


Bibliografía de consulta:
–        High Fidelity, de Nick Hornby
–        31 songs, de Nick Hornby
–        Your song changed my life, Bob Boilen
–        Telegraph Avenue, de Michael Chabon

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